Para los Anales de Huelva, artículo de Santiago Padilla sobre la Magna Rociera

La historia rociera de Huelva tiene nombres y apellidos desde 1880, cuando acababa de inaugurarse la línea de ferrocarril Sevilla-Huelva. Un indiscutible avance que tuvo efectos beneficiosos para su desarrollo, como también para El Rocío, y que vino a reforzar la capitalidad de la nueva metrópolis, adquirida algo menos de cincuenta años atrás, cuando se crearon las demarcaciones provinciales.

Era alcalde de la ciudad el liberal Rafael de la Corte y Bravo (1874-1883), que tenía una hermana casada en Almonte, Tomasa, con el montañés avecindado en la localidad Ángel Díaz de la Serna Terán; ambos parientes de uno de sus promotores junto con «el polaco» y compañía. El que nos consta que presentó la solicitud al Ayuntamiento almonteño, Juan de la Corte y Mora, propietario que llegó a ser hermano mayor de la Corporación onubense en 1881, el año de su primera Romería.

Desde entonces, El Rocío no ha hecho más que crecer como una mancha de aceite, como nos atestiguan las páginas del diario La Provincia, en una ciudad pequeña que contaba entonces con poco más de 13.000 habitantes. Una realidad que muy pronto empezó a convertirse en referencia y en signo de identidad común para los huelvenses, venidos de tantos lugares de la provincia y de España, llamados a construir los cimientos vivos de una nueva ciudad. El Rocío se hizo importante para Huelva, para su vertebración social, religiosa y humana, y Huelva para El Rocío, al ser la segunda capital de provincia que se sumaba institucionalmente, con toda su fuerza administrativa y política, a esta devoción, iniciándose entonces la expansión de su radio de gracia hacia el oeste del territorio.

Así lo entendió el arcipreste Manuel González García al llegar en 1902, que no duda en utilizar El Rocío como un instrumento de acción pastoral. En una ciudad que padecía de los males del momento, del alejamiento de muchos ciudadanos de las prácticas católicas agravadas por la presencia potente del protestantismo promovido por los británicos establecidos en la ciudad, en el último cuarto del siglo XIX, explotadores de las minas de Riotinto.

¡Qué gozo tendrá hoy el santo, al comprobar la fuerza que esta devoción ha tomado en su entramado social! Al saber que vibra entera al pronunciar el nombre de Rocío, hoy con más de 145.000 habitantes. Que cuando sus hermandades de Huelva y Emigrantes se echan a los caminos por Pentecostés, la urbe se paraliza para rendirle pleitesía a la Reina de las Marismas, y que su mística de alegría y de hermandad forman parte de su ADN. Y que en el nombre de la Blanca Paloma se evangeliza y se promueve la caridad y se alimenta la fe y se alienta la esperanza.

¿Y cuánto debe estar disfrutando el gran Manuel Siurot? El protagonista principal de la Coronación en Huelva, autor de La Romería del Rocío (1918), que escribió y publicó para obtener fondos para la misma. Del enorme propagador de la devoción a la Virgen. Un hombre clave por sus relaciones con todos los protagonistas y especialmente con el propio cardenal Enrique Almaraz y Santos, que tanto apreciaba sus virtudes humanas. El que tuvo que lidiar más directamente con las tensiones y rencillas alimentadas por el presbítero de Niebla, Cristóbal Jurado Carrillo, que quiso tapar su frustración de no estar en las Juntas de la Coronación capitalizando la vieja rivalidad entre Huelva y Sevilla.

La Huelva que se hizo presente, entusiasta, en aquel acontecimiento con «31 carretas, 3 coches y 20 carros» liderada por su hermana mayor, Ana Gómez Varela, que se reponía milagrosamente de una tremenda operación realizada en Madrid a vida o muerte, es la que hoy, recogiendo el testigo de sus mayores y de sus mejores sentimientos rocieros, ultima este sonado homenaje a la Virgen del Rocío. Lo hace con ocasión de la celebración del Centenario de su Coronación Canónica, y también al cumplirse 25 años de la visita de San Juan Pablo II a Huelva y a El Rocío. Y al llamar y concentrar en la ciudad a todas las hermandades de la provincia, encabezadas por la Matriz de Almonte y algunas de allende sus fronteras, se apresta a celebrar el acto de afirmación rociero más notable que se ha hecho hasta el momento fuera de las marismas de Almonte. Y lo hace bajo la mejor bandera que adorna a nuestras hermandades del Rocío: El Amor y la Caridad, que son, así mismo, presupuestos indisociables a nuestra condición de rocieros, seguidores de Cristo. Su magnitud nos anuncia la oportunidad de constatar su significado actual en la ciudad y en la provincia, 100 años después de aquel magno acontecimiento. Una cita para los anales de Huelva y del Rocío.

Santiago Padilla

Publicado en Huelva Información

Foro del Rocío

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