La rosa de la Virgen

Sábado Santo. El Santuario se encontraba como tantas mañanas, lleno de los que cariñosamente llamamos en esta Tierra de María Santísima, "guiris". El alba de relámpagos de los flashes de las cámaras, llenaba el retablo en construcción que ya mismo se podrá ver en su totalidad.  
En una esquina, junto a la puerta que da a la Marisma y por la que salen los Simpecados una vez terminadas sus misas, se encontraba el paso con el Crucificado que la tarde anterior había efectuado su Viacrucis por el recorrido "tradicional" de la Virgen, acompañado de la Dolorosa y de San Juan. 
También como tantas mañanas, me encontraba sentado en un banco, tratando los asuntos que Ella y yo de vez en cuando despachamos, como el hijo que tiene necesidad de hablar con su madre. En este ir y venir de consejos y preguntas, algo desvió mi atención y observé entre la multitud que estaba alrededor de la reja, la silueta inconfundible de una silla de ruedas.

Su imagen, de sabor agridulce para mí, debido a mi reciente accidente, me hizo detener mi conversación con Ella y fijarme en la persona que en la misma estaba. Era una mujer, que ya había superado su adolescencia hacia tiempo y, que por designios de la vida, tenia una talla muy inferior al resto. Sus padres, ya entrados en edad, se encontraban de pie junto a ella, rezando los tres. 
Su cara parecía preguntarle "porqué soy así", pero a la vez, se llenaba de alegría viéndola allí arriba, presentandole Al que Es los más importante que debe existir para los cristianos y que es la esencia del Rocío. 
Pasaron minutos interminables que no había reloj que fuera capaz de contar ese tiempo, en el cual esa mujer hablaba con la Madre. Sus padres la miraban, con ese cariño que sólo los padres saben mirar a sus hijos y sobre todo, cuando esos hijos, no son del todo iguales al resto. 
De pronto, desde dentro de la reja, alguien les hizo señas y al acercarse su padre, una mano les dió una rosa que acababa de coger de la Virgen. La cara de la hija se iluminó y no sabían como agradecerselo. Ese ángel que cada sábado cumple su promesa de limpiar el Altar, siguió con sus quehaceres.
Se apartaron de la reja, con intención de marcharse, pero la hija, le susurro algo al oído a su madre, y muy cerca de los primeros bancos, se volvieron a quedar mirando a nuestra Señora. Su tullida mano, sostenía la flor como si le fuera la vida en ello. Las espinas de su vida, se habían disipado y sólo saboreaba ahora la rosa.
A partir de ahí, lo que esas tres personas vivieron con esa hermosa rosa, oliendola, besandola, en especial, la protagonista de esta historia, no soy capaz de describirlo y por ello, os pongo una imagen que como siempre se ha dicho, vale mas que mil palabras.


¿Verdad que sois capaces de oler su aroma…? Yo aún lo siento. 

Un fuerte abrazo a todo el Foro de este Cazador de Las Rocinas. ( Goro Medina)

Foro del Rocío

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