Los antiguos alumnos salesianos de Ronda (año 1953) celebramos hoy, 24 de mayo, el día de Maria Auxiliadora.

Los antiguos alumnos salesianos de Ronda (año 1953) celebramos hoy, 24 de mayo,  el día de Maria Auxiliadora.
Rendidos a tus plantas
Reina y Señora.
los cristinos te aclaman
Su Auxiliadora …

Compuesto por D. Salvador Rosés

 

Semblanza de San Juan Bosco

Dicen que no hace muchos años, cuando no había luz eléctrica, cine, ni radio y las calles de los pueblos se quedaban a oscuras al anochecer, nuestros abuelos pasaban un rato, de tan larga velada, leyendo en voz alta a la tertulia hogareña la vida del Santo del día. La lectura como es natural pensar, sería más de una vez interrumpida por gañanes que entraban, niños que se movían o mujeres que hablaban; pero era al cerrarse el tomo del Año Cristiano, cuando el lector daba libertad a los comentarios y con ellos y de ellos, se iban viniendo a la boca los demás temas mundanos, que serían -como en todos los tiempos- el mejor aliciente de la tertulia.

Yo le oía referir a mi padre -que en paz descanse- que el suyo que era un castellano muy serio y muy cristiano de la tierra de Cameros, leía por la tarde o por la noche aquellas vidas con tanta fruición, que cada día se enfervorizaba con el santo de turno, y luego comentaba como cosa propia (era el Dogma vivido de la comunión de los Santos) las hazañas, las virtudes y las excelencias del santo de turno.

Lo cual, esto último del nombre, dio lugar en una memorada ocasión familiar a un «quid pro quo» conyugal, al nacer la más pequeña de sus niñas el día de San Policarpo, 26 de enero; pues mi abuelo -que dicho entre paréntesis también quería mandar en casa- se empeñó en que ningún otro santo ni santa mejoraba las excelencias del santo del día y en consecuencia -a la usanza castellana- la niña se bautizaría inmediatamente con el nombre de «Policarpia».

Mi abuela, que por referencias sé que era una andaluza muy viva de genio, mandó más de una vez de paseo al Año Cristiano, a San Policarpo, obispo de Smirna, y a su marido; yo no sé si llorando o riendo comunicó sus temores a la parentela… y parece que llevando ella la dirección o del motín o del sabotaje al plan paterno, cosa que le sería fácil si pensamos que todo sucedía aquí mismo, en Ardales, consiguió al fin que la niña se bautizara con el nombre de Candelaria.

Hoy no se lee la Vida de los Santos más que en la espera de los locutorios de algunos conventos o en las recreaciones de Ejercicios Espirituales; por más que alguna obra como el Año Cristiano de Fray Justo Pérez de Urbel sea una delectación diaria de historia, leyenda y poesía.

No es justo sin embargo decir que todos los santos padezcan este desvío de los cristianos; además de todos aquellos que son recordados por los fieles del mismo nombre y curiosean su biografía, hay otros afortunados que como fuente perenne de emoción, pasan al teatro como San Francisco Javier en el Divino Impaciente, otros a la pantalla como el mismo Don Bosco (yo vi una versión italiana decepcionante), otros se conservan en la tradición o en el panegírico anual de la fiesta del pueblo, otros heróicos se popularizan hasta en el T.B.O. y por fin los más afortunados tienen su peana atornillada en la memoria de las gentes y sin peligros de amnesia los llevan de acá para allá para pedirle toda clase de bendiciones y servicios: así San Antonio.

Ahora bien: el que bate el récord (por acá, yo no sé por allá arriba) es San Juan. San Juan Bautista, al que llamamos nosotros el Precursor, al que nosotros llamamos Santo, al que los judíos llaman Profeta, al que adoran los mahometanos como un Santón muy cercanito a Mahoma, el tan arraigado en las musas y costumbres populares, en las tradiciones, en el folklore, en las leyendas, en la rueda del sol, en las hogueras universales y en los corros mágicos del solsticio de verano, que generalizadas como son en todo el mundo tales sincrónicas manifestaciones que parecen como un holocausto ecuménico al Precursor, festejando por anticipado la unidad católica del mundo en el Enviado, en Cristo, como día que llegará.

Es que los Juanes tienen fortuna: ese es el Bautista, el que vino como testigo para dar testimonio de la Luz; el otro, es el Evangelista el que entró en los inextricables Misterios del Verbo; otro es San Juan Nepomuceno, Damasceno, Capistrano, Juan Clímaco, Crisóstomo, de Ávila, de la Cruz, Juan de Mata, Juan Berchman, Juan de Ribera, San Juan de Dios; 110 he contado en el Índice de Fray Justo Pérez del Urbel, creo que el último es San Juan Bosco.

¿Qué decimos de San Juan Bosco? ¿Por qué se me encargó no hablar de los Santos o de mi abuelo sino hacer una Semblanza de Don Bosco? Para no mentiros he vuelto a releer su vida estos días…

Si yo hiciera ante vosotros lo que dice el diccionario de la voz «Semblanza», os endosaría una Biografía abreviada, un bosquejo biográfico. Si me salto a la torera el encargo, como encariñado Antiguo Alumno Salesiano, me iría a los derroteros de la apología o del panegírico… y esta noche saldrían pudorosas a estas tablas tantas virtudes grandes y chicas que ya están hartas de saltar por el púlpito.

Todos vosotros, todos nosotros, hemos oído, hemos leído, incluso hemos visto todo lo que se puede decir y repetir de Don Bosco. ¡Señor! ¿Cómo se resume las hazañas de Pizarro? ¿Cómo las de Don Bosco? ¿Cómo empalmo al curita del Oratorio de Valdocco con el Santo de la Basílica de Cinecitá?

Así es, que siendo mi tarea o de síntesis o de abstracción, confieso mi incapacidad, lo lamento ante Vdes. y ante la Dirección de la revista, y si Vdes. me lo permiten, os dejo a cada uno en posesión pacífica de la «idealizada» figura de Don Bosco que cada cual disfruta… y prefiero, antes de hacerlo mal, pedirle que se me aparezca en sueños… y que él mismo me dicte la colaboración de VENTANA.

Por aquí iba yo escribiendo… cuando me dormí.

Soñaba que había una ventana abierta en el Cielo, las estrellas…y que yo -con esa facilidad e ingravidez de los ensueños- salté y en vez de caer, subía hasta que llegué a los Cielos.

En mi subconsciente latía esta página de «Ventana»… y salí corriendo por las nubes en busca de Don Bosco.

Entré por jardines, salí por pasillos, volaba por salones celestiales y de buenas me encontré en un Laboratorio; había matraces, retortas, y unos preciosos estantes repletos de tarros bonitos como los que vemos por aquí en las antiguas y lujosas oficinas de farmacia. Aquello debía estar a cargo de San Alberto Magno, pero él no estaba allí. No estaría de guardia. Pude por tanto ver con tranquilidad que aquellos frascos, por sus rótulos, contenían «elixires», que llamados «virtus fidei», «virtus caritatis», «virtus pietatis», etc. etc. me dieron enseguida la idea de que compuestos en fórmulas magistrales, serían las esencias de otras tantas virtudes que cada alma debe traer, como bagaje, cuando la mandan al mundo… (eran proteínas de Dios).

Allí estaban las teologales, las cardinales, los siete dones, los doce gozos del Espíritu Santo… y clasificados en la misma forma que en la Escolástica de Santo Tomás, que es decir para «inter nos» los legos, de la misma manera que en el Ripalda.

Como yo no había hecho la excursión para aprender química, me marchaba, cuando me llamó la atención un tarro grande, transparente, lleno de un líquido incoloro, y cuyo rótulo decía en perfecto castellano: «Esencia de la Naturalidad». «Póngase en la fórmula para cada alma, cantidad suficiente».

Yo, enseguida pensé que aquello en castellano lo había escrito o Menéndez Pelayo o Cervantes y me dio mucha alegría pensar que estaban por allí. También pensé en que el mancebo tal vez era un paisano, pero seguramente era más cierto que habían llamado a Cervantes para que lo escribiera correctamente la misma mano que aquí había dejado escrito: «No te afectes. Que toda afectación es mala»… lo cual venía muy a pelo con aquello de «esencia de la naturalidad».

La clave: Me desperté. No he visto a Don Bosco lo cual ni me extraña porque no me lo merezco. Pero me ha dado la clave para esta noche.

Es así: Cuando Dios despidió la chispa que encendió el alma de Don Bosco, San Alberto Magno, conforme a la fórmula divina, compuso la receta de su alma y puso ración doble y triple de «elixires» que mandaba el papelito; pero sin duda se equivocó en la «cantidad suficiente» del vehículo de la naturalidad que manda la farmacopea… y mandó al mundo un Santo, tan dotado de esa inexcusable componenda de la «naturalidad», «de la sencillez en el proceder»… que llevándola dentro no se daba cuenta Don Bosco de la cantidad astronómica de su Fe, ni de la ingente fuerza de su Fortaleza, ni le quemó el carbón ardiente de su Caridad; ni se imaginaba que sus Sueños fuesen revelaciones, ni creyó en su Don de Ciencias, ni sabía que la ingenuidad de sus sonrisas eran el gozo de la Benignidad, ni creía que su Obra mereciera vida póstuma hasta que le hicieron ver tal necesidad, ni los atentados eran para él más que una pura anécdota, ni vio en su sencillo lema «Reza y Trabaja» ningún «in hoc signo vinces» para la salvación de las masas… ni él hacía nada más que entregarse a Dios y a la Virgen, viendo con la mayor «naturalidad» que ellos llevaran sus cosas tan de la mano…; ni los mismos milagros -en los que él se veía espiritualmente comprometido- eran para él más que una simple «naturalidad» caprichosa de Dios, del mismo orden natural que al llover sobre Turín, la misma nube echara agua más tarde… en el Caucaso…

Dentro de su siglo y circunstancias, en aquel ambiente del Piamonte alborotado, donde tanto flamante sabio, ministro, general o personajillo, presumía de salvador, de héroe, de jefazo; en aquel ambiente espiritual de libertades recién estrenadas, de masas desconfiadas del Clero y de pedantes maestrillos insoportables, en que unos presumían de vaticanistas y otros de masones, carbonarios, camorristas o de la «mafia»; en el siglo del positivismo, de las discusiones, del comienzo del llamado progreso, y de las Ciencias,… Don Bosco sin saber de las oficinas de control, ni de las programaciones, ni de las estadísticas matemáticas… él con la gran «naturalidad», sin discursos grandilocuentes, sin imprentas, ni ediciones, sin influencia, sin dinero… completamente y naturalmente «entregado a la Paz de Dios» iba por el Piamonte primero, luego por Italia y luego por Francia y España, sonriendo o discutiendo, ordenando su Divina Obra.

Aquí altercados, allá motines, acullá plácemes, aquí diversiones, más allá guerras o tragedias… pero Don Bosco siempre con sus zapatitos negros, su sotanita arreglada, su pelo alborotado, sus ideas en la cabeza y sus virtudes en su alma y su alma en su armario, era el único Cura que con «naturalidad» de apóstol paseaba las calles y los campos, llevando sobre su bonete un hálito invisible que tiraba de él para arriba, mientras él y en tanto el cuerpo aguantara, se sostenía en el suelo por el gusto de ver y de estar con sus chiquillos, su tesoro, su Potosí de esta Tierra.

Por eso, y para colmo de la «naturalidad», que es halo que inunda las Virtudes y la Obra de Don Bosco, hasta la misma Providencia se encargaba de disimular el milagro, a veces necesario y urgente. Y del modo más natural, no eran grifos o dragones de siete cabezas, sino un sencillo perro que podía parecer a cualquiera, el perro de un campo vecino, el que Dios mandó aparecer varias veces para estar atento o furioso, en su defensa: el Gris, aquel hermoso animalito, una vez cumplida la misión de defenderle, desaparecía como cualquier perro del mundo; mas como no sabemos ni nadie supo cual fuera su pajar, es seguro que se volvía al cielo, (tal vez con San Roque, que era el Santo del día en que nació Don Bosco) y con alegría en los ojos y en el rabo tomaría las golosinas –que aquí nunca quiso- de manos de aquellos otros santos que, gozando ya de la Bienaventuranza, tenían vividas experiencias terrenas de educar niños abandonados y de acariciar la nobleza -nunca ingrata- de los canes.

Segundo Lería de la Rosa (1909-2007)
Antiguo alumno salesiano

Publicado la Revista «Ventana»

Foro del Rocío

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