Abuelas almonteñas

María estaba aquella mañana muy nerviosa. No se lo creía, pero Ella se lo había concedido una vez más y esta tarde, volvería a vestirse con su traje más cómodo, negro por supuesto, y su pañuelo a la cabeza.
Diego, el santero, le daría otra vez esa media luna, que durante siete años había estado a los pies de Ella. Siete años durante los cuales, sus sienes habían aumentado su nevada y en los cuales habían pasado tantas cosas.
La peor, la más difícil y de la que nunca ya se repondría, aunque hacía casi dos años, el haberse quedado viuda. Antonio, su marido, ese con el que se había casado en aquel traslado de …. sabe Dios cuantos años, con la Virgen de Pastora en la Parroquia. Ese muchacho que conoció en aquella Feria de San Pedro, en el Chaparral y que había visto días antes sudoroso a caballo, con los yegüeros que venían de la Saca, que la cortejó durante … siete años y con el que hizo tantos traslados, él debajo, en las andas trabajando, y ella junto a su madre, que entonces llevaba la media luna.
Antonio se había ido para siempre con Ella, pues una mañana de otoño, cuando los ansares empezaban a llegar y presagiaban un nuevo invierno en Doñana, exhaló su último aliento, con sus manos entrelazadas con las de Maria y con un Viva la Virgen del Rocío que jamás dejaría de retumbar en sus oídos.
¡¡Ay, Madre mía del Rocío, qué solita ma dejao este hombre!!

Preparó la casa a toda prisa, se recogió su tordo moño y esperó a que Juanito, su hijo mayor, viniera a recogerla para acercarla a la Aldea. El camino lo hicieron ambos si apenas cruzar palabras. Los pinos de la Venta de la Piedra empezaban a anunciar el Camino que esa noche recorrería de regreso, delante de sus andas, polvorienta, sudorosa y con las manos ensangrentadas de llevar la media luna sin soltarla, como si de sus misma vida se tratara. Sus hijos la habían tratado de convencer de que no lo hiciera, pues la edad ya le empezaba a pasar factura, pero a María ya no le importaba. Aunque seguía teniendo a sus hijos, ya no era igual …… Antonio!!

En la curva de San Ramón empezó a divisar las cruz de la Ermita. EL tráfico se intensificaba, pero María apenas se daba cuenta. Sólo pensaba en lo que tenía por delante y en que esta vez, al mirar hacia atrás durante el Traslado, no vería a su Antonio, trabajando con los demás hombres de Almonte bajo el paso. Se lo imaginaba, sonriendole, como hacia cuando llegaba del campo, de la faena diaria que tanto sacrificios les costó pero que, gracias a ello, sirvió para sacar adelante a sus cinco hijos: cuatro varones y su Rocío, la benjamina. Juanito la dejó al lado del Bar de La María, en el eucaliptar, donde multitud de visitantes almorzaban y se dirigió tranquilamente hacia la Iglesia. La gente empezaba a agolparse en las inmediaciones, pero ella siguió, con un rosario entre los dedos y con paso decidido, hasta la entrada lateral de la Sacristía. Saludó a los Santeros y a la Camarista que aguardaban en la misma.

Otras mujeres de semejante edad, y que portarian otros atributos la saludaron. Ella se acercó a la reja y La vió allí de perfil, con sus tirabuzones sobresaliendo bajo el sombrero. “Aquí estoy, Madre mía del Rocio. Tu has querido que vuelva a verte ir para tu pueblo, pero me has quitado lo que más queria. Pero sé que está contigo y con eso me siento felíz. Ayudame esta noche en el Camino y que pueda entregarte tu media luna cuando lleguemos.” Secándose las lagrimas con su inmaculado pañuelo, se sentó en un rincón.

La Ermita era un hervidero de almonteños, que nerviosos, querian llevarsela para el pueblo. La espera habia sido demasiado larga y los nervios a flor de pie, no se podían aguantar. Jose Antonio y Manolo, junto con Diego, ponian orden, pero también, como almonteños, entendían que no se puede hacer esperar más a un pueblo que lleva siete años, para ver retornar a su Madre a su casa.

Al igual que en Pentecostés, de pronto uno salta, el otro que le sigue, y por fin, se abre la reja y Almonte entra a por su Pastora. Los aplausos se funden con los vivas y el calor de Agosto se hace insoportable. En menos de cinco minutos, la Virgen está traspasando la reja; tienen prisa y enfilan directamente hacia la puerta. Hasta dentro de nueve meses, no volverá a subir a ese altar. Nueve meses en que Almonte será el Arca de la Alianza en la que Maria Santísima del Rocio, nos esperará a todos. Nueve meses que….. ¡que largos se hacen en la Aldea.! María, con su media luna y sus amigas Cristobalina y Alfonsa con la corona y las ráfagas, andan ya delante del paso, a unos metros de Ella y descalzas.

Las salvas de escopetas y trabucos retumban en el aire agosteño y van dejando caer su negra nieve de hollín. Tras varias horas, llegan por fin al Altar del Pañito. Las Camaristas tapan el Divino rostro y le colocan su capote. Unos nuevos Vivas y enfilan por los Llanos buscando el horizonte de la tarde que apunta hacia Almonte. María, haciendo acopio de fuerzas, mira hacia el cielo y sonriendo susurra: “Antonio, ¿te veré en El Chaparral mañana al alba?”. Y tragándose las lágrimas, se aferra a su media luna y tira palante. Aún quedan muchas horas, pero las abuelas almonteñas, que he querido reflejar con esos nombres ficticios, seguirán delante de Ella. Nunca se separaran. Con sus pies descalzos, ensangrentados y su pelo polvoriento, pero siempre delante de Ella.

Es normal y de justicia, que en la entrada al pueblo por Los Llanos, se erigiera un monumento a las Abuelas Almonteñas

Todas las palabras, sobran después de verlo y sobre todo, de verlas en el Traslado

Un beso muy fuerte para todas las abuelas de Almonte y un fuerte abrazo a todo el Foro de este Cazador de Las Rocinas.
Goro Medina (Miembro del Foro)

Foro del Rocío

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